SANTA RODADA EN TANGAMANDAPIO. BICITURISMO Y CICLISMO DE MONTAÑA

Tangamandapio en Michoacán fue nuestra base para subir un par de cerros en esta Semana Santa, pueblo bicicletero cuya existencia fue varias veces puesta en duda, nos recibió con generosidad, un sitio excepcional para practicar ciclismo de montaña.

En cada esquina podías ver bicicletas: konas, specializeds, alubikes, aquí hasta el más chimuelo masca tuercas.

Viernes Santo.

Iniciamos el día con el Viacrucis del pueblo, un río de gente por todas partes, daba trabajo dar pasitos, gente caminando descalza, el calor que arreciaba, llegamos después de diez estaciones hasta arriba.



Por la tarde, participamos en una celebración imponente, una procesión del silencio de los hombres del pueblo que caminaban acompasados llevando veladoras. Se sentía una profunda devoción y una estética solemne, algunos cargaron la cruz y llegamos todos al centro del pueblo.

Sábado de Gloria.

Inició nuestra ruta al día siguiente, nos acompañarían en el recorrido el Club Tangamandapio, un club de MBT que contaba entre sus filas con un seleccionado para los Juegos Panamericanos: Misael Vega, con él, un pelotón de ciclistas experimentados que despuntaron en la ruta desde el principio.

Rumbo a Puerto fuimos subiendo, una brecha llena de piedras y huizaches; fueron varios los ponchados en esta rodada, el sol nos fue acompañando casi todo el camino. Llegamos hasta el Saucillo, ahí una parada para comer algo, unas latas de atún que sabían a gloria.



Bajamos por unas veredas en que las piedras se desprendían al paso, nos dirigíamos al ojo de agua de Cindio.

Un chapuzón en la alberca, el agua helada y transparente, nos repuso del esfuerzo.

El regreso fue para algunos en la Camioneta de la Policía, ya que David Campos,
Regidor de Deporte de Tangamandapio que iba con nosotros, nos advirtió que la cuesta esa era “rompe piernas”. Los policías nos contaban que cada mes y medio llega al pueblo un tráiler completo con bicicletas de marca seminuevas a muy buen precio.

Dos kilómetros adelante de nuevo sobre las bicis rumbo a Churintzio. Nuestro recorrido fue no tan largo como intenso, cada uno fue de un poco menos de 40 km., lo notable fue la rapidez con que íbamos ganando altura.

Domingo de Resurreción

Al día siguiente tomamos camino en dirección a Tarecuato. Lo primero una subida rudísima que nos hizo parecer arañas en la pared, los más fuertes en línea recta, los demás en zigzag y con el payasito a tope!

Un poco más adelante nos tocó ver la ordeña y a algunos hasta beber un poco de leche. Unos kilómetros después un chicote roto obligó a Hugo a volver al pueblo.



Este camino era un poco menos árido que el anterior, pero con muchas más subidas.

De a poco habíamos llegado a un plano y desde allí veíamos el pueblo, la altura era un regalo que me hizo sentir hazaña la jornada.

Nos internábamos ahora en el bosque rodeado de pinos, con hojarasca por todos lados, nos salían al paso árboles de aguacate, cercos que atravesábamos volando las bicicletas sobre las bardas, ¡nada detiene a esta cámara rodante!

Venían las bajadas que fueron las transiciones más alocadas, al grito de “suéltate, suéltate” más de alguno vio el piso de cerca. Una que otra ponchada más y habíamos llegado a Tarecuato.

Allí nos comimos unas quesadillas muy recomendables, nos tocó ver una procesión indígena en que sacaban a presentar a las Vírgenes y a los santos a través del atrio y los encontraban con la imagen de Cristo, era domingo de Resurrección.

La tradición consistía en ataviar con flores a las Vírgenes, las llevaba un grupo de muchachitas que iban corriendo de un lado al otro, representando a María Magdalena que era quien avisaría que Cristo no había muerto, que había resucitado. Un coro de hombres, otro de mujeres poco a poco iban mezclándose haciendo un efecto bellísimo.

El regreso a Santiago fue por carretera, algunos alcanzaron velocidades de casi 70 km. Unas curvas de locura que me hicieron ver de una manera completamente distinta el camino. Ganaba kilómetros y me repetía interiormente: “¡La vida está aquí!, ¡La vida está aquí!”.

Así volvimos, averiados y felices a nuestra base en Santiago Tangamandapio, a celebrar con una buena comida nuestra espléndida Santa Rodada.

Mi gratitud a Rey nuestro guía por esos caminos, que tuvo el tino de ofrecer a cada uno de nosotros lo que necesitaba, a la familia de Carlos Ibarra por su recibimiento, y por supuesto el reconocimiento a Carlos y a Edgar por la organización, su generosidad de anfitriones y maestros, también al resto del grupo del que aprendí tantos trucos, y que fuerón unos verdaderos caballeros conmigo, la única chica de esta rodada.

Los participantes en esta santa rodada fuimos:
Jesús Jaime Quevedo Mojarro
Víctor Javier Quevedo Mojarro
Eduardo Flores
Orlando Morales
Edgar Fidalgo
Ariel Núñez
Ramón López.
Carlos Ibarra
Hugo Vázquez
Isao Lozano

Y María Rostro quién escribe esta crónica.

Cámara Rodante.