COLECTIVO

Guadalajara, Jalisco, Mexico
Somos un grupo de amigos amantes a la fotografía y a la bicicleta, de ahí el nombre de este blog. Cada domingo vamos a pedalear por diferentes rumbos de la ciudad y fuera de la misma. Hacemos tanto ciclismo de montaña, ciclismo urbano y biciturismo. Con esto queremos fomentar el uso de la bicicleta como una herramienta viable de movilidad, de salud y de diversión. ¡¡¡Animate a rodar con nosotros, saca tu bici a pasear!!! Escríbenos a camararodante@hotmail.com

jueves, 8 de diciembre de 2016

"FELICIDAD EN DOS RUEDAS" CRÓNICA DE ETAN SALVADOR NUÑO


Soy Etan, tengo 9 años y desde hace 6 años pedaleo en dos ruedas. He rodado por muchos terrenos: monte, bosque, pista, arena de mar… pero ninguno como el de las cañas y el agave. Gran experiencia está, rodeado por ciclistas extraños que después de unos treinta y tantos kilómetros, se convirtieron en buenos amigos.


Cañas, agaves, ríos, presas y mucha arena en el valle. Acertó el que le puso El Arenal al pueblo, pensé cuando se cayó la primera chica a causa del exceso de arena en el terreno. Cuando cayó la segunda, lo confirmé. Lo bueno que no fue nada grave. Unos cuantos raspones y a seguirle.


La hermosa vista hacía que se nos olvidara el cansancio y el hambre. Estoy acostumbrado a pedalear mucho; cada año viajo 86 kilómetros en bicicleta junto con mi familia, en un recorrido que desde hace 13 años se volvió una tradición.

Mi papá lo inició junto con mis tíos y siempre pensaba en que su hijo haría ese recorrido por lo menos alguna vez. La realidad es que lo he hecho cinco veces ¡y todas las que me faltan todavía! Igual que mi padre pienso que, algún día, mis hijos también lo harán, acompañados de su padre y de su abuelo.



“Mira hijo, las cañas de azúcar”, señaló mi papá mientras pasábamos por unos campos hermosos. Nos paramos un momento para esperar al grupo entero y aprovechamos para tomarnos unas fotos (mi madre siempre está pidiendo evidencia de cómo es que los trajes quedan todos enlodados o llenos de sangre y agujeros).


Continuamos el recorrido y de pronto, mi bici no quería hacer los cambios; así que tuvimos que parar de nuevo. Fue algo rápido y después de seguir entre cañas y agaves, cruzamos un puente que nos llevó hasta un río de agua caliente. ¡Que emoción! Nos quitamos los lentes, respiramos profundo y en el horizonte pudimos apreciar el blanco tupido de las nubes, un gris amenazante de lluvia y todos los tonos de verde, café y azul del paisaje. El aire olía a felicidad.


Crucé tres o cuatro veces el río sin caerme, aprovechando que no estaba mi madre para gritarme: “¡No te vayas a mojar Etan Salvador!”, seguí y seguí mientras mi padre me toma un video y varias fotos. Sentía el aire en el rostro y la brisita del agua del río caliente que se estrellaba ya fría en mi piel; escuchaba las risas de mis compañeros felices, igual que yo, de poder estar ahí, y los gritos de mi papá alentándome para cruzar el río en bicicleta… Fue entonces cuando el chapoteo del agua me avisó que otra de las chicas se había caído. Había muchas piedras, pero no le pasó nada, solo era agua.


Pasamos por el río varias veces, en diferentes puntos. Pude ver sus distintas profundidades y dimensiones. Vimos también una presa y un arroyo. El arroyo era tan pequeño que al cruzar en bicicleta no me mojé, así que dejé la bicicleta y me regresé corriendo para brincar sobre él un par de veces. No siempre tiene uno la oportunidad de hacer esas cosas.


Una vez que pasamos el río, debimos cruzar un alambrado para continuar el camino a pie entre el zacatal. Estaba tan alto que me picaba en las piernas, además había ahuates que se encajaban en la piel. Entre mi papá y yo ayudamos a los demás ciclistas a cruzar la cerca de alambre. Con su navaja, mi padre le cortó un pedazo al alambrado de púas y luego lo amarró para evitar que nuestros compañeros pudieran lastimarse. Yo lo ayudé en todo momento, a pesar de que el alambre picaba y tenía que jalar fuerte, no desistí.


Con mi padre esas cosas no pueden hacerse. Fue gracias a eso que yo aprendía a andar en bicicleta en cuanto cumplí 3 años. Él creyó que ya estaba listo y, sin preguntarle a nadie, le quitó dos llantas de apoyo a mi bici y las tiró a la basura. No tenía opción. Aprendí a andar en dos ruedas luego de la segunda caída.


Mientras llegaban los demás, mi padre me echó esa mirada, que conozco tan bien, de “estoy muy orgulloso de ti”. No sé cómo explicarlo. Es algo que se siente. Tal vez él no lo sepa, porque nunca se lo he dicho, pero yo también estoy muy orgulloso de él.


Pasamos las bicis por arriba. Un compañero se paró sobre unas piedras grandes para agarrarlas y pasarlas del otro lado, mientras, mi papá y yo ayudábamos a los ciclistas dándoles la mano para que cruzaran la cerca, como de metro y medio de altura, por arriba. Sé que medía eso porque yo mido 144 cm, y la cerca me pasaba un poco del casco.


Continuamos entre zacate, agua, piedras y lodo hasta llegar a un punto en el que ya podíamos montarnos en la bicicleta para comenzar a rodar. Como estábamos entre los primeros, esperamos un poquito a los demás, ya que entre ciclistas nadie deja a nadie, somos un equipo.


Subimos por un terreno muy empinado y seguimos, lentamente, hasta llegar a la carretera. Todos estábamos muy cansados y hambrientos. Pero sabíamos que ya faltaba poco. Un par de kilómetros más adelante logré ver Los Cantaritos, el lugar del que salimos por la mañana. Eso significaba que la rodada había terminado.


Mi padre descendió de la bici y me abrazó. Mi corazón latía muy fuerte y las piernas me temblaban. Lo bueno que eso pasa rápido. Los demás ciclistas comenzaron a parar sus bicis también y a comentar lo maravilloso que había sido aquel viaje. Para mí fue una gran rodada, igual que las otras cuatro -tan diferentes entre sí-, que hemos hecho con los de Cámara Rodante.


Fue una aventura con muchas cosas padres. Quería platicarle a todos mi experiencia; por eso, cuando alguien preguntó en el grupo: “¿Quién quiere escribir la crónica de esta semana?”, levanté la mano inmediatamente, ante la mirada atónita de todos -incluyendo la de mi papá-. Alguien miró a mi padre y pelando los ojos le preguntó de nuevo: “¿está seguro que el niño puede hacerlo?”

Mi padre, sin mirarme, levantó la cabeza y con su voz de Tecuala (gritando, sin gritar) y esponjado como el runrún cuando se duerme, contestó sin titubear: “sí él dice que puede hacerlo, puede hacerlo”.

Cuando mi mamá me preguntó: “¿qué es lo que sientes cuando andas en bicicleta?, necesito saberlo para poder ayudarte a escribirlo”, cerré los ojos, respiré profundo y le dije: me siento feliz.

Gracias Cámara Rodante!

Por Etan Salvador Nuño Ramírez.
Cámara Rodante

1 comentario:

  1. Me encantó tu crónica Etan!!! Admiro mucho tu pasión y perseverancia en el ciclismo y que realmente te hace feliz!!! Realmente eres uno de los motivadores del grupo en general y ojalá sigas creciendo en éste ámbito porque vas a llegar muy lejos!!!

    Atentamente:

    Carolina Cruz

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