COLECTIVO

Guadalajara, Jalisco, Mexico
Somos un grupo de amigos amantes a la fotografía y a la bicicleta, de ahí el nombre de este blog. Cada domingo vamos a pedalear por diferentes rumbos de la ciudad y fuera de la misma. Hacemos tanto ciclismo de montaña, ciclismo urbano y biciturismo. Con esto queremos fomentar el uso de la bicicleta como una herramienta viable de movilidad, de salud y de diversión. ¡¡¡Animate a rodar con nosotros, saca tu bici a pasear!!! Escríbenos a camararodante@hotmail.com

miércoles, 11 de septiembre de 2019

CUANDO EL DESTINO TE MANDA A RODAR A TAPALPA




LA CONVOCATORIA
Todo empezó para mí, cuando vi la convocatoria para la rodada hacia el Salto del Nogal.
¡Yo quiero ir! Pensé y sentí con todas mis fuerzas.
Pero ¿cómo?  Había factores que actuaban a favor, y otros tantos, que actuaban en contra. A favor, estaban solamente mi bici y mi montón de ganas. Lo demás, debía ser resuelto. Así que, aunque las posibilidades podían ser pocas, me decidí y pregunté en el grupo si alguien podía llevarme.

Nada se concretó y ya lo había descartado, pero una noche antes, alguien me contactó.
Cuando la posibilidad se convirtió en algo probable, lo dudé por un momento. Tuve que enfrentar y resolver algunas dudas y temores antes de decidirme a tomar la oportunidad. Pero al final, lo hice. Decidí aceptar la amabilidad sin desconfianza y permitir la buena suerte. ¡Estaba hecho!

Gerónimo Orozco, fue quien me hizo el parote. Fijamos el punto de encuentro y el trato quedó cerrado.  Me apuré esa noche a preparar lo necesario y me fui a dormir tan temprano como pude.



LA RODADA
La rodada comenzó en el centro de Tapalpa. La concurrencia fue poca, supongo que por la premura de la convocatoria, y por un pronóstico del clima de ese día que amenazaba un poco, y que terminó siendo sentencia cumplida.

Éramos 13. Se repartieron los radios y comenzamos a las 9:00 am con cielo nublado y clima fresco. Ideal. Aún no salíamos del pueblo cuando tuvimos el primer caído. Nada de importancia.



En la ruta, las piedras estaban resbalozas y el suelo lodoso y lleno de zanjas por la lluvia anterior; había que poner cuidado, aún así, había trechos que dejaban disfrutar del verdor cercano y lejano, de las alfombras de flores amarillas y de las pesadas nubes que embellecían el cielo.
Todo se sentía bien y seguro. En cada vuelta o intersección, alguien se quedaba para que los de atrás no perdieran el rumbo.



EL SALTO DEL NOGAL
Llegamos a la entrada de la presa a tiempo y sin contratiempos. No todos quisieron bajar. Era un camino arduo por lo empinado y resbaloso.
Bordeado de un verde exuberante y salpicado de flores silvestres, el camino tenía muchísimo encanto, pero no nos dejó salir, sin antes cobrarnos algunos sentones y resbalones. Y conforme bajábamos, creo que todos empezábamos a pensar con algo de preocupación que toda esa bajada, irremediablemente, en un rato más, sería subida, súper subida ¡subidotota!



Pero todo el esfuerzo valió la pena cuando después de estar un poco perdidos, y casi a punto de regresar sin encontrar la cascada principal, nos fue señalada la vereda correcta por unos enviados del cielo (me cae). Y lo conseguimos.
Pudimos ser testigos de la belleza y la majestuosidad del Salto del Nogal.
El corazón me daba de brincos ¡estaba súper feliz!
No había nadie más ahí. La soledad, la vista espectacular, el sonido, la fuerza de la cascada. Todo fue un premio y un regalo maravilloso.



Ahí encontramos a Emilio, el joven impetuoso del grupo que tenía rato esperándonos. 
Teníamos la hora de regreso marcada, así que absorbimos el paisaje y su magia tanto y tan rápido como pudimos e iniciamos la subida.

“Ritmo, esa es la clave", pensaba mientras acomodaba la respiración a mis pasos y a los de Emilio, que iba adelante. En algún momento, sentí que nos habíamos equivocado, ninguno había estado ahí antes, y había más de un camino para seguir, pero me relajé y confié. Íbamos a llegar como fuera y él iba muy seguro.  Dimos con el grupo a buen tiempo.
Con solo 2 aun en la subida, los que esperaban arriba comenzaron el regreso. Un poco de descanso, y yo también agarré camino. Nuestro guía Edgar y Gerónimo, se quedaron a esperar a los que faltaban.

Quedamos de vernos en “La tienda”. Parece que el instinto hizo que los que iban primero se detuvieran en el lugar correcto, porque la tienda no parecía tienda para nada.  Cuando estuvimos reunidos y averiguamos que la casa donde nos habíamos detenido era la tienda, los que quisieron, tuvieron la oportunidad de tomar y beber lo que necesitaban para reponer.
Unos minutos ahí, y con el grupo completo, oficialmente comenzó el regreso.



El REGRESO
Decidimos tomar el camino hacia la presa. La idea de conocerla me entusiasmaba, pensaba que podría enjuagarme todo el lodo que traía encima, y meterme al agua, aunque sea un poquito. Pero el cielo tenía otros planes.

Íbamos divertidísimos en los columpios llenos de lodo y agua roja del camino, gritábamos de contento como crías al meter las llantas al agua y empaparnos. Librarla o atorarse ya era cosa de cada quien, pero el gusto era de todos.

A los pocos kilómetros, algunos comenzaron a rezagarse. Nos detuvimos en un planito para esperarlos. Fue cuando el panorama cambió.  La cortina de lluvia se veía aproximarse desde la montaña y la temperatura bajó por el viento que la precedía. Un compañero había dicho cuando estábamos en la entrada de la presa, que la lluvia llegaría a las 2:00 pm. Fue puntual.



Las gotas finas de agua y el viento helado me tenían tiritando, pero nadie se movería de donde estaba, hasta que llegara el último. No había dónde resguardarse, me puse detrás de un arbusto para ver si me cubría del viento, pero el frío ya me tenía bien agarrada.
Emilio regresó para encontrar al compañero rezagado; cuando los vimos en la cima del último columpio, volvimos a acomodarnos en las bicicletas.
Tiritando y pedaleando, así iba. Me castañeaban los dientes y me daba muchísima risa. La verdad era que todo el asunto, me encantaba. Aun, con la caída que me tocó protagonizar.
Edgar y yo, habíamos dicho hacía un rato atrás: “¡Nos va a agarrar la lluvia! , ¡qué chido!” 
En ese punto, lo estaba dudando. Aunque lo pensé mejor ¡y sostuve mi palabra! Estaba chido.

Nos paramos junto a una barda de madera para evitar un poco el golpe de la lluvia, pero no menguaba, y los truenos ¡eran fortísimos!
Y ahí estaba yo, con esos desconocidos, empapada, temblando de frío, con el cielo recordándome lo chiquita que era; cansadísima, adolorida, enlodada y ¡súper contenta!
“Vamos a llegar”. “Tenemos que llegar”, pensaba. Y al pensarlo, no daba cabida a nada más, y me relajaba y podía disfrutar de los truenos.

No paró. Y así, con el agua gruesa y tupida, rodamos otro tramo. Cuando llegamos a la vereda que llevaba a la presa, la lluvia había menguado, pero también el entusiasmo de rodar el trecho extra. Solo un par de compañeros se acercaron para fotografiarla.



Había que reagruparse otra vez. Ya se veía el pueblo, pero faltaba un buen pedazo. Las bicicletas ya fallaban. Fue demasiado lodo y agua. Pero con todo y todo, llegamos a la entrada del pueblo.  Y ahí, faltaba uno.

Eran las 4:00 pm. Moríamos de hambre.  Edgar nos despachó. Él se quedaría a esperar al compañero que faltaba. Tomamos el empedrado hacia la calle que llevaba al centro. Todo era bulla en el lugar. La tranquilidad de la mañana, se había convertido en un mar de carros y de gente. Contrastábamos con los paseantes, tan sequitos y tan peinados.

Quedarnos a comer juntos en algún restaurante, era una idea inicial, pero también se descartó. A mi hambre la sació un tamalito de la plaza, y al frío, lo calmó un atole. Al fin, el grupo estuvo completo. Todos a salvo.

Los que traíamos cambio de ropa, nos mudamos antes de irnos. Los que no, agarraron camino tal cual. ¡Qué bárbaros! Todos unos Vikingos.

Y así terminó la rodada. Un poco atropellada. Con cambios de planes y giros sorpresivos.  Pero no le cambiaría nada. Así me la quedo.

Nos despedimos. Y cada uno cargando su frío, su cansancio, su historia y su alegría, agarró camino de regreso a la ciudad.  Qué buen domingo.     FIN.



Agradezco a Edgar Fidalgo por su paciencia al acompañar y por su gran trabajo al fomentar y promover de forma tan desinteresada el ciclismo de montaña, dándonos a muchos la oportunidad de realizar esta actividad, que es tan gratificante y enriquecedora, en buena compañía. Sin la faena y disposición de personas como él, no sería posible.
Y gracias a Gerónimo, porque me dio la oportunidad de vivir esta aventura. Y porque cuando me vio tan jodida, me llevó hasta la puerta de mi casa.

¡Gracias!

Crónica por: Gaby Gocas



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