
Afortunadamente la llovizna había cesado, sin embargo con el pavimento muy mojado por la tormenta de la madrugada llegué muy “fresco” al sitio de la cita con puntualidad inglesa y ya había alguien esperando, no pasó mucho tiempo antes de que llegaran los demás y salimos en carros rumbo al oriente de la ciudad para reunirnos con los que llegaron a la estación del tren ligero de Tetlán, de ahí comenzamos a rodar con unos cuantos que nos escoltaban en carros, hasta llegar al crucero de Colimilla, en el periférico.
Nos reunimos casi 40 ciclistas que después de los saludos y bienvenidas, llenos de entusiasmo y escoltados por una patrulla de guardabosques, (detallazo de Ernesto y gracias a los guardabosque de la Policía de Guadalajara) iniciamos el descenso. Hubo un poco de todo: ponchados, descomposturas ligeras, caídas, raspones, calambres, cansados, etc. pero como es costumbre, predominó el buen humor y la camaradería.
Las bajadas estuvieron de alta técnica por lo inclinadas y demandantes, pero cuando las estábamos bajando, no dejaba de pensar en el regreso, cuando se convirtieran en subidas.
En una de esas bajadas el buen Edgar Fidalgo nos dio una lección de la importancia del uso del casco, se dio tremendo catorrazo que quebró el casco, pero éste último hizo su trabajo y la cabeza del amigo Edgar por fortuna quedó en una pieza. Ebert cuando se enteró no quiso quedarse atrás y él también se calló, por suerte traía el disfraz de tortuga Ninja y no hubo nada que lamentar.



Como premio para todos los aguerridos y valerosos rodantes, casi al final de la subida, Ernesto se mandó con el detallazo de tener cervezas heladas, naranjas y plátanos para todo el que quisiera, que ahora que lo recuerdo, no cooperamos para reponerle el gasto, el favor no creo que podamos pagarlo, pero estoy seguro que con eso, se ganó la amistad incondicional de muchos de nosotros.
Crónica de Martín Rodríguez Rojo
Cámara Rodante
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