Una treintena de ciclistas nos encontramos en el punto de partida al norte de la ciudad, listos para iniciar. Arrancamos una rodadita ligera cuesta arriba, para ir entrando de poco en la promesa del día. Nos recibieron los guías Héctor e Ismael, al fondo imponente el filo de cerros que asemejaban los lomos de reptiles quietos, pacientes.
Frente a lo que llamó el Portal, Héctor nos sugirió que hiciéramos una intención para el día: avanzar fuerte y segura, pensé, además de aprenderme el nombre de un par de nuevos amigos.
Anduvimos cuesta abajo y nos reunimos de nuevo en un lugar muy especial: un centro ceremonial al que subimos: piedras apiladas, agua de un arroyo, una cruz y un potro joven que desde arriba nos miraba curioso.
Ya llegando a San Esteban una parte del grupo decidió alargar su ruta y dirigir sus ruedas hacia Copala. Mi esposo José y yo regresábamos luego de muchos años de no compartir estas rodadas con tan buenos amigos. Algo me impulsaba: vamos!!! A todos los mares! pensé.
Luego recordé mi intención del día: avanzar fuerte y segura, nos fuimos para donde íbamos: a los Patios, ¡Qué buena decisión en la bici es ser cadente y gradual! fue una rodadita genial, variada y llena de sorpresas.
En medio del grupo de principiantes iba un pequeño niño, iba acompañado de sus papás, que de a poco lo fueron llevando por la ruta sin perder la alegría. Viene el relevo generacional pensé. Qué bonito verlo fuerte y valeroso.
Mientras subía escalando, muy paciente, Alex uno de los rodantes del día le gritaba: acuérdate que en la bajada nos lucimos!!!
Al final de esa subida, encontramos en la puerta de un parque natural una enorme cabeza de águila, ¡qué bonitos lugares, que hallazgos durante el día! Gracias a los que nos llevaron, al grupo bonito que se armó y que se quedó echando chal y chelita al final de la rodada nos hicieron un domingo encantador.
María Rostro
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