COLECTIVO

Guadalajara, Jalisco, Mexico
Somos un grupo de amigos amantes a la fotografía y a la bicicleta, de ahí el nombre de este blog. Cada domingo vamos a pedalear por diferentes rumbos de la ciudad y fuera de la misma. Hacemos tanto ciclismo de montaña, ciclismo urbano y biciturismo. Con esto queremos fomentar el uso de la bicicleta como una herramienta viable de movilidad, de salud y de diversión. ¡¡¡Animate a rodar con nosotros, saca tu bici a pasear!!! Escríbenos a camararodante@hotmail.com

jueves, 10 de febrero de 2022

SAN BLAS, UNA AVENTURA QUE DEBES DE VIVIR POR LO MENOS UNA VEZ EN TU VIDA



La vida te puede ofrecer un sinfín de placeres, y entre esos, escoges lo que más felicidad te de; la bicicleta ha sido la dicha que más ha conjugado en mi vida.

Desde hace varios años me había hecho el propósito de que algún día realizaría la rodada  Tepic-San Blas, este año pude concretar ese deseo, sin imaginar lo que me esperaría.

Había escuchado lo maravillosa que era la ruta y que razón tenían.

La aventura inicia desde que llegas al punto de salida, cuando comienzas a saludar a los colegas ciclistas, colaboras en el montaje de bicicletas y te presentas, instante clave, porque en ese momento llegas solo y regresas con una docena de nuevos amigos. 

Partimos de GDL con rumbo a Tepic y al llegar nos fuimos a cenar la mayoría de turistas del pedal, lugar donde se reafirmaron varias amistades; terminando, regresamos al hotel y a descansar, ya que al día siguiente arrancaría la aventura.


Partimos alrededor de las 7:00 am, atravesando la ciudad de Tepic hasta salir a la carretera y comenzar una leve subida de 4 km. Reagrupamos para que nos explicaran que “aquí comienza la primera subida y la más pesada del recorrido”, señaló Edgar. 8 km, en curvas con un nivel de inclinación equitativas al sufrimiento vivido. Ya se me había advertido de esa parte, por lo que iba bien mentalizada en eso.

Subidas sabrosas, que por cada kilómetro recorrido sentías las piernotas bien trabajadas. Llegamos a terracería, lo que hizo la subida más ligera -para mi, porque rodar en carretera no se me da mucho-. Llegamos al punto más alto sobre el nivel del mar, a la Noria, una cabañita con comida a la leña donde hicimos una breve parada para desayunar y recobrar fuerzas.


En la Noria, buscaba desesperada la barredora, porque al inicio le dejé mi chamarra, y el lugar era en la punta del cerro rodeado de bosques y, por supuesto, frío y yo venía caliente de rodar y ya comenzaba a sentir la garganta rasposa. Pero me refugié a un lado de la estufa de leña y del sol hasta lograr entrar en calor.

Ya trabajada la pierna en subida, seguía trabajar el brazo con la bajada, terracería y piedra fue lo que predominó en descenso, donde me tuve que parar un par de veces a descansar las manos, ya que el bajar de manera rápida e intentando dominar la técnica, hace que vayas bien fija en los puños y se entuman las manos. 


Conforme la ruta avanzaba, los paisajes cambiaban de manera paulatina, ciudad, sierra, bosque, hasta comenzar con el panorama tropical, al dejarse ver los cultivos de plátano, yaca, coco y demás delicias costeñas.

Al terminar la bajada, aterrizamos de nuevo en carretera, donde nos advirtieron que por la bajada podríamos alcanzar velocidades de hasta 70 km/hr y claro, la advertencia incluía que tuviéramos cuidado para no caer o ser atropellados por algún automóvil, que en esta ocasión no topamos con ninguno.


En el descenso, las balatas de mi bici iban cambiando el sonido al frenar y recordé las últimas palabras de mi mecánico “ya hace falta cambiarle las balatas”, por lo que le puse rienda a la bici para rendir el resto del camino. Concluyendo esta parte del recorrido, paramos en un pequeño poblado para iniciar con otro descenso, hacia la maravillosa cascada, que por guardar las zapatas evite bajar; ahí, Rocío también iba batallando con el mismo tema, sin embargo, sus balatas no sobrevivieron y me quedé con ella en lo que se las arreglaba Jaime.

El hacer esa parada tuvo dos acciones, una, que reanudaramos la rodada un pequeño grupo de 10 ciclistas y el trayecto fuera más rápido y aventajado; la otra, que nos dividieramos y se postergara convivir con el resto de los compañeros.

Continuamos con la mejor parte del recorrido, la selva; cada kilómetro recorrido se sentía la brisa del calor, y eso me hacía querer ver el mar. Cada cerrito que subíamos, deseaba ver el mar al horizonte y no, solo se divisaban más cerros.


La selva se hacía cada vez más presente y al cruzar el primer río y mojar los pies, no solo refrescaba mi cuerpo, si no el alma. Seguimos por un sendero, que al parecer, después de las últimas tormentas destrozó el camino, pero no lo hizo imposible de rodar.


Llegamos a un momento clave de la ruta, la Cueva de los Murciélagos, un túnel de unos 25 metros que había que cruzar y que al final te despedían los vampiros revoloteando a tu alrededor. Ya entendí el por que del nombre del lugar.

Terminando la cueva, continuaba un camino que te llevaba a cruzar el último río, donde descansamos un poco y nos refrescamos la cara y brazos, una vista maravillosa que te ofrecía, agua cristalina, palmas, fauna endémica de ahí; agricultores con su cosecha sobre su burrito cruzando el río. Estas experiencias son las que complementan el recorrido, disfrutar los paisajes y vistas que vienen incluídas en el paquete.


La ruta continuó hasta salir a una carretera que te llevaba a la autopista principal, donde llegamos a hidratar con unas cervezas para continuar por la carretera. Reagrupamos de nuevo todo el grupo y seguimos. Ahora sí, sí pude ver el mar a la par de la rodada; no negaré que unas lágrimas quisieron salir de mis ojos, quizás de la emoción que ya estábamos más cerca o la nostalgia que me abordó porque mi hijo, el menor, no conoce la playa y la nostalgia de no poderlo llevar me carcomía.

Ya solo faltaban los últimos 30 km -de 80 km- del recorrido (casi lo que hacemos un domingo cualquiera), y mi ritmo comenzaba a bajar, llegó un momento que ya no vi a nadie delante ni tras de mí, llegando a creer que era cola. Iba sola por las curvas y con tráfico pesado en la carretera, ahí fue cuando me dije “¿dónde está la barredora?”, iba a declinar y subirme, recorrí alrededor de 15 km, hasta llegar a un entronque y radié para preguntar indicaciones, me contestó Pablo “ahí espera, voy para allá”. Creí que iba a regresar por mi, pero no, venía él con otros 15 ciclistas detrás de mi; reagrupamos y continuamos por el camino entre playa y estero, el cielo se cubría de los manglares que acompañaban el trayecto, dando la sensación que en cualquier momento te saldría un cocodrilo.


Para ya no hacercelas larga, por fin entramos al pueblo de San Blas, directito rodamos hasta la playa donde nos esperaban unas chelas bien frías y una horda de jejenes, por lo que apuramos la comida y nos fuimos al hotel, donde convivimos todo el grupo y compartimos nuestra experiencia, que fue ex-tra-or-di-na-ria.


El resto de los días compartimos en familia ciclista las actividades que ofrece San Blas, muchos nos fuimos a una playa deliciosa, libre de concurrencia y bullicio; otros fueron a La Tovara y los más afortunados, al avistamiento de ballenas.

La ruta Tepic-San Blas es un evento que por lo menos una vez en tu vida deberías de concederte, la aventura vivida, la experiencia que te llevas de nuevas amistades y recuerdos es invaluable. Ya borré de mi lista de deseos esta ruta, pero sigue latente para volver a realizarla en un futuro no muy lejano. 

Gracias Edgar y Sofía por hacer posible este viaje.

Próximo objetivo: Vallartazo

Crónica por: Ara Robles


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