Con esas palabras me daba la bienvenida el grupo Cámara Rodante a mi primera salida a rodar en bicicleta montañera el pasado domingo 23 de julio. Una experiencia digna de relatar dado que significó para mi salir de mi zona de confort, dejar a un lado mi acostumbrada bici de ruta, mis recorridos planos con muy pocas elevaciones y en fin a salir del suave y cómodo asfalto y enfrentarme a rocas resbaladizas, grandes charcos, arena deslizante, subidas y bajadas empinadas.
Debo iniciar diciendo que aunque la ruta no fue del todo fácil para mi, la compañía del grupo y el objetivo propuesto de hacer que la salida fuese “contemplativa” hizo muy agradable la experiencia, exigente en algunos tramos pero apremiante y relajada en otros. No entro en detalle de lo que fue la experiencia sin antes agradecer al grupo Cámara Rodante por la acogida y a mi amigo Diego por haberme presentado al grupo e invitado a probar una actividad diferente.
He hecho deporte toda mi vida y he estado activo en carreras a pie y en triatlones desde hace más de 20 años hasta la fecha, y tras varias razones personales que me sacaron de mi acostumbrado entrenamiento llegué a la conclusión de que quería hacer algo diferente, y qué mejor que algo distinto pero complementario como lo es la bici de montaña. Durante la salida, en un momento de descanso, platicamos de las diferencias entre la disciplina de montaña y la de ruta, de cómo se cambian más kilómetros en menos tiempo en bici de ruta por menos kilómetros pero más subidas con vistas y paisajes recompensantes.
En definitiva, ambas modalidades del ciclismo pueden ser duras, pero son diferentes, por ejemplo, la bajada en bici de montaña no es un descanso como lo es en el asfalto, la técnica necesaria, la tensión en las piernas y la fuerza en los brazos para mantener la bici en control le da un estrés que no se experimenta en una bici de ruta. Y ni hablo de las subidas, donde la gravedad es solo uno de los obstáculos a enfrentar, debo reconocer que me falta mucho por aprender, más de una vez me bajé de la bici y resolví la dificultad de la subida caminando. Mis respetos para mis nuevos amigos que practican esta espectacular disciplina.
En cuanto a la ruta, para mi fue exigente, inició con una bajada que retaba lo que había tratado de aprender en técnicas de montañera, pero ayudado por la vista de una montaña en niebla que avizoraba lo bonito que serían los paisajes que veríamos en el camino. Pronto el equipo se dividió y yo decidí tomar el camino corto para llegar a Cerro Blanco. Le siguió una subida fácil técnicamente porque era en asfalto, pero que llevó mis pulsaciones al máximo, luego de eso, el primer premio, aunque no el más importante, me encontré pedaleando en un lugar que representaba el sentir más mexicano para mi desde que llegué a este país, a un lado teníamos un espectacular paisaje de agave y del otro una plantación de nopales en todo su esplendor, nos dijimos, solo falta el maíz y tenemos el trio completo, pues a pocos kilómetros teníamos también un sembradío de maíz, la ecuación estaba completa. Parada de provisiones y seguíamos a por el premio mayor.
Ya en las faldas de cerro Blanco, a punto de subir a nuestra meta tope del recorrido, algunos dudamos en hacerlo debido a que se veía muy empinado y difícil técnicamente. El grupo más veterano animó a los que dudábamos y todos finalmente subimos. Sin embargo, la dificultad técnica se hizo realidad para mi, era una combinación de piedras lisas con arena que ya empezaba a compactarse por las lluvias pero que en algunas partes al estar secas la tracción de las ruedas cambiaba y derrapaba con facilidad, a eso empezó a darle más dificultad la inclinación de la subida, no dudé en bajarme y culminar mi subida a pie con la bici a cuestas. Aunque no llegué sobre ruedas, subir al tope del cerro pagó todo el viaje, la vista fue más que espectacular.
De allí, el regreso estuvo acompañado de experiencias variadas, desde ayudar a un señor ya mayor a sacar su carro de una calle anegada, una bajada rápida y algo técnica que disfruté muchísimo, y en la cual si logré recuperar pulsaciones un poco, hasta el compartir en una famosa tiendita el merecido refrigerio y luego emprender el último tramo de regreso al punto de partida con la sensación del trabajo logrado.
De esta, mi primera salida en bici montañera, me queda una conclusión sin duda alguna, y la describo en palabras que robo de mi amigo Diego, “sentirse ‘novato’ de vez en cuando te hace crecer mucho más que quedarte en una zona donde eres ya un experto”. Y aunque no me considero un experto en bici de ruta, son muchos años practicándose que se han visto bien complementada en esta ruta del asfalto a la montaña.
Gracias nuevamente a Cámara Rodante por la experiencia.
Crónica por Clímido Rivero
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