Usualmente uso la bici para esquivar coches en los trayectos a trabajar y recoger o llevar a la cría al colegio, pero este domingo fue diferente sobre todo por la hora en que empezó.
El punto de partida: Plaza San Isidro, 7:30 a.m.
Con el sueño aún en los ojos, pero el corazón (y el trasero) puesto en la bici, llegue al punto de encuentro ni me pude bajar a descansar después de la primera etapa de la jornada desde el parque del refugio hasta plaza San Isidro, porque el grupo ya estaba saliendo cuando llegue por suerte vi a los últimos que iban como barredoras, entre ellos nuestro guía de la rodada el grandioso Héctor, viejo lobo de mar —o de terracería, en este caso.
La aventura comienza: De San Isidro a las Piedras Bolas
La ruta fue una mezcla explosiva: Río Blanco, San Esteban, San Miguel Tatesposco… Subidas que te hacen cuestionar tus decisiones de vida, bajadas que ponen los nervios de punta y te lanzan directo a un shot de adrenalina pura. Pasamos por escenarios de película: magueyales, nopaleras y vistas hermosas de la barranca.
Pero no todo es color de rosa. También hay olores que… bueno, digamos que te recuerdan que la ciudad no está tan lejos. Desde la deliciosa fragancia de la naturaleza, hasta el “aroma” de una cascada de aguas residuales y el inconfundible eau de chiquero.
Un recordatorio de que estos escapes verdes y nuestra civilización están en peligro. ¡Pero eso es tema para otra crónica!
El paraíso: Doña Betty y su tienda
Después de sudar la gota gorda, llegamos al oasis: la tienda de Doña Betty. En ese momento, un sándwich de panela se siente como un banquete de cinco estrellas. Y para bajarlo, cada quien con sus mañas: una chela fría, agua, Gatorade o Electrolit… lo el cuerpo pida para seguir con la misión.
Los héroes del pedal
No puedo contar esta historia sin mencionar a los cracks que hicieron esto posible. Héctor, el guía, siempre al pendiente de que nadie se quedara rezagado y compartiendo historias que demuestran que es un veterano de mil batallas. Saúl, a quien admiro un montón, pedaleando con una sola mano como si nada. Y Don Luis, el veterano que nos demuestra que, con su e-bike, la pasión no tiene edad. ¡Un honor rodar con ustedes y con el grupo!
Las casi-catástrofes y las lecciones aprendidas
El camino no fue fácil. Tuve un par de encuentros cercanos con el suelo. El primero, en una bajada a unos 25 km/h. Pisé una piedra grande que me mandó directo a un hoyo. Por milagro, y recordando a medias las clínicas de Novatos que Cámara Rodante compartio al inicio de año, logré mantener el equilibrio. Por poco y me chupa el diablo.
La segunda fue en plena ciclovía, apenas de ida al punto de encuetro. Ya mentalizado para la subida que esta pasando plaza patria en dirección a Zapopan, un grupo de peatones —uno de ellos, de esos que ni caminando sueltan el celular— decidió que mi manubrio y su brazo deberían conocerse. El resultado: un destanteo, un encuentro con la banqueta y un raspón en la pierna. Por suerte, la caída no fue mayor. La mentada de madre se quedó en mi mente; solo salió un “¡Trucha, compa!”.
El rescate y el final de héroe (cansado)
Antes del final de la rodada, mis piernas empezaron a pasar factura a manera de calambres. En las subidas, me tuve que varias veces para mitigar el dolor. Midiendo mis fuerzas —o la falta de ellas—, activé el protocolo de rescate: Pato y Hara, mi pareja e hija, vinieron en la camioneta a salvar a este dominguero y su bicicleta.
Mientras esperaba el rescate, hice una parada estratégica en el puesto de Doña Mary, justo en el tianguis del fin de semana. Aguamiel de la Sierra del Tigre, coco fresco y un poco de sombra fueron la combinación perfecta para que mis piernas dejaran de protestar y esperar el rescate.
Hoy que es miércoles y dolor de piernas ya casi se fue, la dopamina y los recuerdos chidos siguen, ya anhelo la próxima rodada donde espero que mis piernas no me odien tanto.
Por Itzmalin Arturo Benítez

.jpg)

.jpg)



No hay comentarios:
Publicar un comentario